Libreto del Día D

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Hidalgo
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Libreto del Día D

Mensajepor Hidalgo » 28/Abr/2006 23:10

Hace un par de años inicié el proyecto de escribir una novela ambientada en el Día D en la que contase la historia de 4 soldados estadounidenses y británicos a la vez que explicaba las características de los diferentes cuerpos que intervinieron en la operación. Esto lo hice con unos 15 años y lo dejé a medias, desde entonces mi estilo narrativo ha mejorado pero no he vuelto a escribir sobre la II Guerra Mundial, aunque tengo planeado comenzar este verano un libro sobre Colditz. Pues que si queréis leeros que os mando lo que he escribí mandadme un privado y os lo envío por correo electrónica. Es un buen taco de páginas, aviso, y conviene estar informado sobre el armamento de la época, auqnue esto último lo doy por supuesto en este foro:)

aalbea
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Mensajepor aalbea » 01/May/2006 23:17

Tío eres la rehostia, lo hace todos desde la medicina química aplicada hasta la literatura bélica, pasando por las manualidades.
¡Que buen elemento perdió el Renacimiento!

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Mensajepor Hidalgo » 01/May/2006 23:24

Ja ja ja ja ja :wink:
¡Y eso que todavía no os he hablado de las campañas que hago para juegos de estrategia, del archivo gráfico de la WWII que estoy recopilando, de mis charlas filosófico-políticas y de lo bien que cultivo judías verdes en el huerto de mi casa! ¡Si es que valgo para todo menos para estudiar :D !

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Mensajepor Staf » 02/May/2006 00:07

Para estudiar también, no seas modesto..., oye, por cierto ¿tienes novia? :roll: .

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Mensajepor Hidalgo » 02/May/2006 09:20

¡No tengo tiempo ni para chicas! Me tengo que poner en serio a ver si me hago con una porque hacer maquetas está muy bien, pero el cartón no hace mimitos :cry:

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Mensajepor Oberst_Krausse » 02/May/2006 10:36

Staff estás tirando los tejos a Hidalgo?? 8O

aalbea
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Mensajepor aalbea » 02/May/2006 11:20

Staf escribió:Para estudiar también, no seas modesto..., oye, por cierto ¿tienes novia? :roll: .


Sobrino, ¡por Dios! moderate, no vaya a ser que en vez de plantarte judias verdes te plante el troncho de la mata y además bien plantáo.

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Mensajepor Hidalgo » 02/May/2006 12:03

Aquí os pongo un par de escenas del libreto:

AS DE PICAS
Imagen

ALREDEDORES DEL PUENTE PEGASUS 00:15 HORAS
Ernest Wright se agarró a las cintas de tela que había en la pared del planeador Horsa. Todos los soldados habían hecho lo mismo y se miraban en la oscuridad esperando el momento del aterrizaje. El piloto les había informado un par de minutos antes de que el avión remolcador les había soltado y ahora bajaban hacia territorio francés describiendo amplios círculos para no coger demasiada velocidad.
- Agarraos fuerte –dijo Ernest a la oscuridad.
- Ya lo estamos haciendo, no le he visto pinta al piloto de tener mucha experiencia –respondió una voz en la oscuridad.
- Ya aterrizamos –dijo el copiloto desde la cabina.
Ernest enroscó las muñecas alrededor de las cintas, normalmente los aterrizajes en planeador eran bastante fuertes y ahora, con el nerviosismo de los pilotos al estar en plena Francia ocupada podía ser peor.
La panza del avión empezó a rozar la hierba, el piloto bajó el morro demasiado fuerte en el último momento y el avión se incrustó en la hierba. Alguien salió disparado hacia Ernest haciendo que se le soltaran las manos de las correas y llevándose a un par de soldados más por delante hacia la parte delantera del avión. En un segundo una avalancha humana se abalanzó hacia delante.

- Quitaos de encima, joder, que no puedo respirar –gritó alguien.
Con el brusco aterrizaje todos habían salido despedidos hacia la cabina amontonándose tras los asientos de los pilotos. Afortunadamente nadie había salido despedido por el cristal delantero. Ernest sentía un peso enorme encima, casi todos estaban sobre él. El cabo Filch, que se sentaba cerca de la cola, había caído encima de todos, empezó a quitar gente del montón lanzándolos hacia atrás. Ernest empezó a notar como el peso disminuía hasta que Filch lo agarró de las cintas de la mochila y lo tiró sobre uno de los bancos laterales. Se levantó y se tocó la mejilla, la tenía mojada, se chupó los dedos y comprobó que era sangre. Se limpió con la manga y cogió su ametralladora.
- Vamos, coged vuestro equipo –susurró Ernest.
Sólo entraba una escasa luz plateada de la luna por el cristal delantero así que alguien encendió un mechero para que todo el mundo pudiese coger todo lo suyo.
- Apagad el mechero –dijo Ernest.
- Ya está –contestó Blair.
Ernest abrió la puerta del costado del avión, se oían explosiones de cañones antiaéreos, salió furtivamente, vio el puente tras unos arbustos a unos cincuenta metros e inspeccionó el estado del planeador. Tenía las alas sin las puntas, la panza estaba arañada y había abierto un surco en la tierra. Volvió sobre sus pasos y se encontró a todo el pelotón en la pradera agazapado. De los cinco planeadores empezaron a salir más soldados y en unos segundos los casi sesenta “Ox and Bucks” se hallaban apiñados junto al planeador de Ernest esperando órdenes. Eran la élite de las fuerzas de asalto británicas y formaban parte de los regimientos de infantería de Oxfordshide y Buckinghamshide, más conocidos como los “Ox and Bucks” El Mayor Howard, un británico alto, con barba y delgado, el jefe de la operación se puso delante de todos y ordenó el recuento.
Filch comprobó que no faltaba nadie.
- Estamos todos, señor.
- ¿Hay algún herido? –pregunto Howard en voz baja.
Nadie contestó.
- Bien –dijo Howard –recordad, nada de luces ni ruidos hasta la orden de ataque. Tenemos que tomar el puente lo antes posible. El primer grupo limpiará el fortín y esta orilla y en cuanto tenga el paso libre el segundo cruzará a la otra orilla y acabará con lo que halla allí. La clave está en el factor sorpresa, si logramos ser lo bastante rápidos no les dará tiempo a darse cuenta de lo que está pasando. Sullivan –dijo refiriéndose a Ernest - quiero que se adelante al grupo y comunique la situación.
- Sí, señor –dijo Ernest.
Ernest empezó a andar agazapado hacia la carretera, llevaba la culata de la metralleta a la altura de la cintura listo para disparar. Tras andar unos cuantos metros vio una estrecha carretera asfaltada tras unos arbustos. Estaba ligeramente elevada y el pequeño terraplén, tapizado por los arbustos, ocultaba los planeadores.
Miró atentamente hacia la izquierda en busca de alemanes, no había ninguno. Las aguas del río Orne bajaban tranquilas y reflejaban la luz plateada de la luna. En la orilla de enfrente no había movimiento y en caso de haberlo había muy poca luz y mucha distancia como para distinguir algo. Giró la cabeza hacia la derecha y vio el puente Pegasus, era de metal, con una superestructura triangular hacia arriba, a opinión de Ernest era bastante feo. Había luces en él y varios centinelas alemanes que parecían no haber oído el aterrizaje de los planeadores patrullaban en él. Agudizó la vista y vio un fortín de hormigón a la derecha del puente que seguramente tendría varias ametralladoras para protegerlo y un cañón de 88 mm. La toma del puente era muy importante, era uno de los pocos que quedaban sobre el Orne en la zona de Normandía y si lo aseguraban le cortarían el paso a las divisiones alemanas que pudieran intentar cruzarlo para expulsar a los soldados aliados que por la mañana desembarcasen en las playas. Pero con ése fortín y ése cañón la velocidad era fundamental. Si a los alemanes les daba tiempo a usar el cañón y las ametralladoras conseguirían rechazar el asalto.
Ernest oyó pasos detrás, se dio la vuelta bruscamente y vio a White yendo hacia él. White se agachó a su lado y tras observar la situación unos segundos dijo:
- ¿Digo que vengan?
- Sí, no se han enterado de que hemos llegado.
White volvió hacia atrás y Ernest siguió observando el puente. Los alemanes no les habían oído aterrizar ya que los planeadores no llevaban motor, eran remolcados por otro avión y cuando llegaba el momento oportuno les soltaba y bajaban dando vueltas hasta legar al suelo. Además, las explosiones de los cañones antiaéreos habían amortiguado todo ruido posible y los centinelas, ya acostumbrados a las pasadas de aviones aliados, habían seguido hablando y riéndose sin prestar atención al poco ruido que pudiesen haber escuchado de los aterrizajes.
Todo el pelotón avanzó en cuclillas hasta la posición de Ernest y se ocultó tras los setos que flanqueaban la carretera. El Mayor Howard observó la situación y le dijo algo en voz baja al teniente Pouse. Al otro lado de la carretera había un pequeño sistema de trincheras que conducían al cañón, que a su vez se encontraba delante del puente, a cuyo lado estaba el fortín.
Howard hizo las señas con la mano de que se dividiesen en dos grupos y una parte de los soldados se preparó para cruzar a las trincheras en cuanto sonase el primer disparo. Ernest, preparó el gatillo de su ametralladora, tenía el dedo del gatillo en tensión. De repente uno de los centinelas alemanes empezó a andar hacia los arbustos donde se encontraban. Todos se miraron inquietos, el Mayor Howard, levantó una mano indicando que no disparasen todavía, pero uno de los soldados disparó. Automáticamente todos se pusieron en pie y empezaron a correr hacia el puente. Los centinelas alemanes se giraron sorprendidos viendo como los sesenta británicos aparecía de la nada. Uno de ellos se sacó una pistola de señales y disparó un bengala al aire. La bengala se levantó en el cielo describiendo una parábola e iluminando todo. Ernest cruzó la carretera y saltó a una trinchera que había al otro lado. Vio cómo dos soldados alemanes se ocultaban tras unos sacos de arena. Cogió una granada y se la tiró. Los dos salieron corriendo, la onda expansiva les derribó. Ernest salió de la trinchera de un salto, los dos alemanes intentaron levantarse pero les disparó una ráfaga. Cayeron al suelo inmediatamente. Varios soldados empezaron a tirar granadas hacia el fortín, Ernest se desplazó junto al río y vio a un alemán preparando el cañón, le disparó otra ráfaga. Se agachó para recargar la ametralladora. Se oían gritos al otro lado del puente, la guarnición alemana, estaba empezando a movilizarse. Las ametralladoras del fortín empezaron a disparar. No habían conseguido lanzar las granadas dentro. El mayor Howard disparaba junto a media docena de hombres desde el terraplén de la carretera que había junto a los planeadores llamando la atención del fortín mientras veinte soldados lo flanqueaban por la derecha para atacarlo desde atrás. Ernest miró hacia las trincheras. Filch y white se acercaban hacia él junto un pequeño grupo de soldados.
- ¡Cuidado Ernest! ¡En el puente! –gritó White.
Ernest miró hacia el puente, varios soldados alemanes estaban poniendo una MG-42 junto a la garita de vigilancia. White lanzó una granada y se tiró al suelo. Explotó. Ernest salió corriendo hacia el puente disparando la ametralladora. En tres segundos se le acabó el cartucho. Los nazis estaban desparramados por el suelo destrozados. Una ametralladora del fortín empezó a disparar hacia él. Tiró el fusil y rodó sobre sí mismo esquivando las balas. Pasó gateando junto a la garita y se puso fuera del alcance del fortín. Miró hacia atrás y vio a los demás corriendo. Howard seguía disparando desde el terraplén de la carretera, el otro grupo flanqueando el fortín y a los soldados restantes en las trincheras esperando para cruzar el puente. White cayó derribado por la ametralladora. Ernest retrocedió, le agarró del cuello de la guerrera con una mano, cogió con la otra su ametralladora y le arrastró hasta una posición segura. Tras soltarle gritó:
- ¡Sanitariooo!
White se retorcía de dolor, la boca se le contraía continuamente, pero Ernest no podía pararse a ayudarle, tenía que eliminar a los alemanes del fortín o sino podían caer muchos compañeros más. Le susurró que en cuanto pudiese volvería a por él cogiéndole una mano.
Se levantó, recargó la ametralladora y se puso debajo de la ventana del fortín. Movió la mano para que Howard y los suyos dejasen de disparar. Cogió una granada, le quitó la anilla y la sostuvo en las manos el tiempo necesario para que explotase justo cuando se metiese por la ventana. La tiró. Al explotar salió sangre y trozos humanos del fortín. La guerra era así de dura. Howard salió del terraplén acompañado de sus hombres. Ernest rodeó el fortín. Y se encontró a los soldados que lo habían flanqueado entrando en él.
- Fortín limpio –gritó Ernest.
Los soldados que debían cruzar al otro lado del puente salieron corriendo hacia su objetivo. Había fuego de fusilería disparándoles desde la otra orilla, pero aún así avanzaron. Ernest vio a un sanitario le llamó y le llevó hasta White, que todavía tenía vida.
- Mírame a los ojos –le dijo a White.
- ¿Es grave? –preguntó White moribundo.
- No, tranquilo, es una herida de nada –le contestó el sanitario.
El sanitario le abrió la guerrera y descubrió el pecho, tenía varios agujeros de bala, la sangre, negruzca, le manchaba la ropa y le resbalaba por el torso. Le clavó una dosis de morfina y empezó a limpiarle la herida. White empezó a toser.
- Tranquilo, White, tranquilízate. No tosas, relájate –Ernest no sabía que decirle.
White acabó tosiendo sangre. El sanitario le miró con soslayo y sacó una dosis más de morfina.
- Podrías matarle de una sobredosis –le avisó Ernest.
El sanitario le miró primero a él y luego a Ernest. La sangre resbalaba por la comisura de los labios de White.
- ¿Lo entiendes? Por lo menos no sufrirá más.
Ernest asintió, White se estaba muriendo no podían hacer nada por él. Le clavó la segunda dosis. Y una tercera. Seguía habiendo disparos en la otra orilla, los Ox and Bucks combatían contra lo que quedaba de la guarnición alemana. Ernest se levantó lentamente y miró alrededor. Doce soldados británicos estaban apostados vigilando alrededor del fortín y junto al cañón. Se oyeron varias explosiones y alguien empezó a llamar a voces al sanitario. El sanitario se fue corriendo hacia el puente y Ernest se levantó lentamente mirando a su compañero. Los dedos de una de las manos de White se movían ligeramente. White no había sido un gran amigo de Ernest pero se conocían desde hacía mucho. Los dos llevaban más de dos años en el ejército británico en la misma unidad y habían pasado mucho tiempo juntos.
Dejaron de oírse disparos.
- Orilla este limpia –gritó alguien desde el otro lado del río.
- Orilla oeste limpia –respondió uno de los soldados apostados junto al fortín.
- Inspeccionad las casas –gritó el mayor Howard.
Un grupo de quince Ox and Bucks se desplazó hasta la orilla de Ernest para registrar las casas que había tras el fortín en busca de alemanes. Ernest decidió acompañarles, estaba empezando a ponerse furioso, quería matar. Miró por última vez el cuerpo inerte de White y salió corriendo acompañarlos. Se acercaron a la primera casa. Un soldado intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Ernest la tiró de una patada. Dentro todo estaba apagado. Sacó su linterna de la mochila e inspeccionó el piso de abajo. No había nadie. Oyó un chillido y varios gritos en el piso de arriba. Subió corriendo las escaleras y se encontró a la familia francesa de la casa acurrucada en el suelo con la madre llorando y abrazando a sus hijas. Varios soldados intentaban tranquilizarlos enseñándoles las banderas inglesas de la guerrera. Ernest bajó la planta baja, salió a la calle y corrió a la segunda casa. Derribó la puerta también de una patada sin siquiera intentar abrirla civilizadamente. Tenía sed de sangre. Dio varios golpes con la palma de la mano en la pared hasta que encontró el interruptor de la luz, lo encendió y se encontró tras un sofá a un alemán de pie con una granada en las manos.
- ¡Levanta las manos! –gritó Ernest. El alemán le miró con cara de entender nada.
- ¡Levántalas o disparo!
El alemán no las levantaba, le miraba asustado sin moverse. Ernest apretó el gatillo de la ametralladora y vació todo el cargador sobre él. Había llenado el salón de agujeros de bala y humo. Inspeccionó la cocina en busca de más y no encontró a nadie, el la despensa tampoco y en el baño más de lo mismo. Ernest escuchó disparos en la calle. Subió al segundo piso cargando otro cartucho en la ametralladora y registró dos dormitorios. Al abrir el tercero se encontró a un hombre vestido de civil cargando de balas una pistola. Sobre la cama había varias cajas y bastantes cintas con balas. Se quedaron mirando un segundo. Ernest empezó a disparar. El hombre se agachó tras la cama y empezó a gritar:
- ¡Résistance français! ¡Ye suis du résistance français!
Ernest dejó de disparar, salió al pasillo y recargó el arma.
- ¡Lle suis du résistance français!
- ¿Qué? –dijo Ernest.
- ¡Resistance français!
“Nazi de mierda, a mí no me engañas” pensó Ernest.
- Lo siento, no te entiendo voy a disparar.
- No, no, no. Yo ser de resistencia francesa –dijo el hombre.
- Sí, y yo soy tu madre –dijo Ernest.
Cogió una granada, la tiró por la puerta y bajó al primer piso. Oyó romperse una ventana antes de que explotase la granada.
Al salir a la calle vio a Filch diciendo a otro que ya habían inspeccionado todas las casas. Ernest volvió al puente. El Mayor Howard estaba hablando con varios soldados.
- ¿Cuántos heridos hay? –preguntó.
- Tenemos siete, señor. Y tres muertos.
- Estableced el punto médico en una de las casas. Sacad a todos los habitantes de sus casa y hacedlos venid –dijo Howard -. ¡Ah! También quiero que empiece la vigilancia ya mismo: veinte hombres en esta orilla y otros veinte en la otra.
- De acuerdo Mayor –dijo uno de los soldados a la vez que salía corriendo a cumplir con las órdenes.
- Señor –dijo otro de los soldados dirigiéndose a Howard -, han huido varios alemanes hacia el este.
Al oírlo Ernest dijo:
- ¿Podemos seguirlos?
- No, han aterrizado paracaidistas nuestros en esa zona y es a ellos a quién les toca ocuparse de los enemigos que haya allí –respondió Howard.
- Pero si se escapasen podrían dar la alarma y enviar un contraataque –replicó el soldado.
- Si no se han enterado con la bengala que han lanzado cuando nos han visto es que son demasiado tontos como para preocuparnos por ellos. Y además, les ha dado tiempo de sobra a dar la alarma por radio antes de cargárnoslos, lo que tenemos que hacer es prepararnos para los contraataques –atajó el Mayor.

CANAL DE LA MANCHA 01:10 HORAS 6-JUNIO

Gregory cogió un mapa y lo extendió sobre el tablero de mandos del avión. Se sabía la zona de memoria, había visto la maqueta de la península del Contentin decenas de veces, pero aún así quería ver una vez más el mapa para asegurarse de lanzar a los paracaidistas en el lugar correcto. Encendió una linterna enana, la puso sobre el mapa para iluminarlo y sus ojos empezaron a recorrer el camino que debería hacer la flota de aviones.
- Tenemos un banco de nubes a la doce –le dijo Edwards.
Gregory levantó la vista del mapa y vio como se extendía una enorme masa oscura de nubes a un par de millas de su posición.
- Debemos abrir la formación, si no nos movemos podemos estrellarnos con otro avión ahí dentro. La visibilidad en el banco va a ser nula –dijo Gregory.
Gregory cerró el mapa, se guardó la linterna en un bolsillo del pantalón y cogió los mandos del avión.
- Bien, pues allá vamos.
Los aviones del principio de la formación habían empezado a romperla yéndose los que estaban a la izquierda todavía más hacia allá y los que estaban a la derecha girando unos grados más a la derecha. Gregory giró a la izquierda.
- Treinta grados a la derecha.
- ¿No son muchos? –le preguntó Edwards.
- No, cuando salgamos del banco de nubes nos reagruparemos.
El avión se sumergió en el banco de nubes, no se veía nada por las ventanillas, todo era gris.
- Cada vez que me meto con el avión en una nube recuerdo el tiempo que hace que no como algodón de azúcar –dijo Edwards.
- No creo que sea el vuelo indicado para andarse con melancolías, esos pobres desgraciados que llevamos en la parte de atrás son los únicos en este avión que pueden hacerlo, mi primo está en el departamento de inteligencia y me ha dicho que han calculado que el número de bajas de los paracaidistas rondará el 70 por ciento –le dijo Gregory.
- Pues los estamos enviando al matadero –dijo Edwards.
Gregory asintió.
El avión salió del banco de nubes, Gregory miró por los cristales de la cabina alrededor, no había ningún avión.
- ¿Dónde demonios se han metido todos? –dijo Edwards.
- No tengo ni idea.
- Te dije que habías virado demasiados grados a la izquierda –le espetó Edwards
Algo se iluminó algo en el suelo.
En unos pocos segundos el cielo se llenó de explosiones y balas trazadoras. Desde el suelo disparaban de todas partes, por el cristal Gregory sólo veía fogonazos, explosiones luces de todos los colores cortar el aire. Era un espectáculo asombroso. Había balas trazadoras blancas, amarillas, rojas y verdes que se entrecruzaban constantemente indicándole la posición de los aviones a las baterías antiaéreas, parecían los chorros móviles de una fuente de un parque ultramoderno, en el que los pitorros del agua se movían de un lado a otro haciendo que los chorros fuesen en todas direcciones.
- Es precioso –dijo Edwards.
De repente una bala atravesó el suelo de la cabina y salió por el techo.
- Joder Edwards, ¿Has visto eso? –dijo Gregory.
- Sí, casi me atraviesa el culo.
- Tenemos que sacar el avión de aquí, nos lo van a dejar como un colador –gritó Gregory.
- Acelera –gritó Edwards.
- Nunca he volado con tanto fuego antiaéreo.
- Esto es el infierno –gritó Edwards.
El ruido de las explosiones empezaba a hacerse espantoso y cada vez los antiaéreos se acercaban más al avión. Edwards miró por la ventanilla y varias balas atravesaron el ala de ese lado.
- ¿Qué ha sido eso? –preguntó Gregory.
- Acaban de coser el ala –respondió Edwards sacando el mapa -, ¿sabes donde estamos?
- No –respondió Gregory -, voy a bajar de altitud
- De acuerdo, vira treinta grados a la derecha, voy a intentar ver por donde estamos. Haber... hemos virado aquí treinta grados, después cinco minutos siguiendo una línea recta, así que debemos andar por aquí, nos hemos desviado demasiado al sur. Debemos virar al noreste.
Gregory movió suavemente la palanca hasta corregir el rumbo. El fuego antiaéreo había disminuido, por la zona no debía haber casi cañones ni ametralladoras.
- Voy a intentar lanzar a los paracaidistas en su zona pero creo que no va ser posible –dijo suspirando Gregory.

ALREDEDORES DE ST MARIE DU MONT 01:25 HORAS 6-JUNIO.

En cuanto en el “semáforo” se encendió la luz roja Michael Smitherman vio al capitán Nelson poniéndose en pie y agitando las manos para que todos se levantasen. El avión daba tumbos y sacudidas continuamente. Los antiaéreos estaban barriendo literalmente el cielo con balas trazadoras para indicarles a los flack´s 88 donde estaban los aviones. Las balas golpeaban continuamente las alas del C- 47 haciendo un sonido parecido al que hace una piedra dentro de una lata.
- ¡Arriba! ¡Arriba! –gritó el capitán.
Michael se levantó tembloroso, tenía las piernas temblando y un sueño enorme. No sabía por qué, había estado esperando el momento de saltar sobre Francia durante meses y ahora en lugar de estar ansioso por saltar del avión le apetecía dormir. Webster se había quedado dormido en los asientos y Atwell le puso de pie. Todos los paracaidistas engancharon su arnés al raíl del techo. La utilidad del arnés consistía en que el paracaídas iba guardado en la mochila y tenía una tapa unida con una correa al arnés, el cual corría por un raíl en el techo del avión. En el momento en el que el paracaidista saltase del avión, el arnés no se soltaría del avión arrancando la tapa del paracaídas y haciendo que éste se abriese automáticamente sin necesidad que el soldado tuviese que accionarlo manualmente.
- Revisión de equipos –gritó el capitán.
El sonido de los motores era ensordecedor, no se oía nada y por eso el capitán a la vez que lo decía lo gesticulaba. Cada uno debía comprobar tanto que las correas, hebillas y material que llevaba en el pecho estuviesen bien sujetas como que las que llevaba el compañero de delante en la espalda también lo estuviesen. El penúltimo debía revisárselo al último y al de delante ya que si no fuese así el último saltaría sin saber si lo tenía todo bien. Michael se repasó el equipo y se ajustó más la bolsa de tela que llevaba atada a la pierna con munición extra y granadas. La mayoría de los paracaidistas llevaba uno, era un invento británico para poder llevar más cosas si tenías la mochila llena.
- 13 listo.
- 12 listo.
- 11 listo.
- 10 listo.
- 9 listo.
- 8 listo.
- 7 listo.
- 6 listo –gritó Michael dándole una palmada en el hombro al de delante.
- 5 listo.
- 4 listo.
- 3 listo.
- 2 listo.
- 1 listo –gritó el capitán mirando el “semáforo” –y recordad: “Trueno” es la contraseña para quién pregunta y “relámpago” para quién contesta.
El interior del avión estaba sin luces pero quedaba iluminado constantemente por la luz, que entraba por la puerta y las ventanas, de los fogonazos de las explosiones de los antiaéreos.
De repente el avión se torció hacia la derecha haciendo que todos se cayeran al suelo. Michael se incorporó rápidamente. Vio a todos revueltos en el suelo y al capitán ayudando a levantarse al sargento Fins. Todos se pusieron de pie y se agarraron a de delante. El capitán miraba continuamente la puerta, debían saltar lo antes posible, sino cuando saltasen estarían todos mareados y no podrían cumplir los objetivos de la noche.
Webster vomitó. El líquido viscoso empezó a moverse por el suelo del avión y a manchar las suelas de la botas de los paracaidistas. Michael se estaba poniendo enfermo, le estaban entrando nauseas, entre lo asqueroso que resultaba ver un líquido amarillo con tropezones deslizarse por el suelo y los tumbos que estaba dando el avió iba a acabar vomitando también. El capitán se agarró al borde de la puerta y sacó la cabeza al exterior, un par de segundos después la volvió a meter.
- ¿Y? –preguntó Fins.
- No he podido ver nada, no tengo ni idea de donde estamos –respondió a gritos el capitán.
La luz roja del “semáforo” se apagó y todos se quedaron mirándolo. La verde se encendió.
- Vamos saltad, saltad –gritó el capitán Nelson.
Fins se acercó a la puerta, dio un salto hacia delante y desapareció, rápidamente todos empezaron a hacer lo mismo. El capitán le daba una palmada en la mochila a todos cuando iban a saltar. Michael se puso en la puerta, el capitán le dio la palmada y le dijo:
- Suerte.
Michael dio un paso hacia delante y notó como el viento le empujó fuera del avión. Durante tres segundos sólo vio un torbellino de luces y oscuridad hasta que se abrió del todo el paracaídas. El paracaídas iba guardado dentro de la mochila y cuando estaba en el avión llevaba una correa que lo ataba a una anilla que corría por una barra en el techo del avión. Al saltar por la puerta el paracaidista salía disparado hacia atrás por el viento haciendo que la correa tirase de la tapa del paracaídas y que se abriese sin necesidad de que el soldado tuviese que hacerlo.
Michael cayó al suelo, no lo había visto, había sido un salto desde muy baja altura. Miró alrededor y vio que no había nadie cerca de él. Se quitó las correas del paracaídas, hizo un ovillo gigante con él y lo guardó en unos arbustos. Desplegó la culata de su carabina, y vio que la bolsa de la pierna se la había soltado en el salto. Comprobó que no le faltaba nada más y se dispuso a orientarse. Estaba dentro de un campo cultivado, el suelo estaba recién arado y sobresalían los brotes de algunas plantas. Había unos árboles a unos cien metros a la derecha y una valla de piedra con zarzas de dos metros a su izquierda. El cielo estaba iluminado por las explosiones de antiaéreos pero no le iluminaban mucho. No tenía ni idea de donde estaba. Sacó la brújula y vio que el este estaba hacia los árboles.
No debía moverse de donde estaba. En los saltos de prácticas les habían enseñado un práctico modo de reunión llamado “método del rodillo”. Dicho método consistía en que una vez que llegasen a tierra los primeros en saltar debían correr en la dirección del avión mientras que los últimos en la contraria haciendo que todos se dirigiesen hacia un punto intermedio, en el cual estaría el paracaidista que hubiese saltado en el puesto intermedio; y ése puesto lo ocupaba Michael.

PLAYA DE OMAHA 01:37 HORAS 6-JUNIO

El cabo Werner Olufsen patrullaba tranquilamente con su perro pastor alemán por los alrededores de su búnker. Era una noche fría con unas olas considerables que se estrellaban en la playa contra los obstáculos para tanques. A lo lejos se oían risas, sin duda eran de otros centinelas alemanes que charlaban animadamente intentando evitar el frío que entumecía las manos. De repente Mark, el perro de Wegner, se puso a ladrar, había oído algo A los pocos segundos Wegner también lo oyó: aviones. Un rumor de decenas de motores se acercaba desde el sur. Desde hacía más de una hora había habido bombardeos tierra adentro o por lo menos él había oído como los antiaéreos disparaban y había visto las balas trazadoras a unos kilómetros de distancia y las explosiones iluminar el cielo. Wegner intentó callar al perro, pero éste seguía ladrando como un loco.
- ¿Algún problema, Wegner?
Wegner se giró y vio al capitán Schulz con los ojos abiertos como platos.
- No, capitán, sólo que Mark se ha debido asustar por los aviones. Por cierto, ¿son nuestros?
- Creo que no, pero no podemos hacer nada, no tenemos cañones antiaéreos. A usted lo que debería importarle es la playa, el verdadero peligro viene de ahí.
- Sí capitán.
El capitán Schulz se alejó y Wegner se quedó mirándole hasta que se perdió en las sombras. En ése instante los aviones se hicieron visibles, había decenas de ellos, las luz de la luna hizo que las hélices de algunos de ellos brillaran fugazmente. Era un espectáculo precioso, volaban todos en formación, formando pequeñas V de tres aviones, uno adelante y dos atrás. Wegner se lamentó de no estar en la Luftwaffe, desde luego tenía que ser mucho más interesante estar pilotando uno de esos aviones que estar dando vueltas como un gilipollas en lo alto del acantilado de la playa mirando que no viniese a desembarcar nadie. Llevaba un año y medio haciendo siempre lo mismo, ya era capaz de hacerse el recorrido de la guardia con los ojos cerrados, se conocía cada arbusto, cada piedra, cada agujero, todo. Si por lo menos los británicos intentasen desembarcar de vez en cuando su vida sería mucho más interesante, los vería al fondo llegar con sus lanchas, se abalanzaría sobre el teléfono del búnker para informar a sus superiores, llamaría por radio a la artillería para que los machacase con sus cañones, avisaría a los morteros para que iniciasen la descarga de proyectiles, cogería una MG-42 y barrería la playa ráfaga tras ráfaga... Pero nunca lo intentaban y por lo tanto todos los días eran iguales, de vez en cuando pasaban aviones, pero no sabía si eran alemanes o enemigos porque no le informaban de los vuelos que tenían previstos y como no lo hacían no podía llamar para avisar de que estaban sobrevolando la playa porque según los mandos no era de su incumbencia.
Los aviones pasaron sobre la línea de costa empezando a internarse en el Canal de la Mancha, cuando pasaron sobre Wegner éste giró sobre sí mismo con la cabeza hacia arriba poniéndose hacia la playa. Cogió los prismáticos y miró a uno de ellos. La visión no era clara, era de noche y el pulso le temblaba, pero desde luego no eran cazas, eran unos aviones grandes, tenían que ser bombarderos. Mantuvo el pulso para verlos con más claridad y le pareció ver unas rayas blancas verticales pintadas en el fuselaje, junto a la cola. Desde luego no eran alemanes.

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Arendal
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Mensajepor Arendal » 02/May/2006 16:35

Oye, me gustaría que me lo enviaras… ¿Es posible? O cuando lo tengas, vaya.

Mi mail es war_kry@hotmail.com

¡¡Gracias!! Estaré encantado de leerlo :wink:

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Mensajepor Hidalgo » 05/May/2006 01:41

Está enviado, a ver que te parece

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Mensajepor Arendal » 05/May/2006 11:00

Por el momento muy bien escrito… y con algunos pasajes bastante interesantes. El “problema” es haberme encontrado con alguno “fusilado” del salto de la Easy Company en Hermanos de Sangre… y ya no sé qué pensar, porque no sé si los demás están inspirados en otras series o películas.

Pero aparte de eso, por el momento está bastante majo, ¡enhorabuena! :wink:

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Mensajepor Hidalgo » 05/May/2006 16:36

El salto de los paracaidistas sobre Normandía fue un desastre: casi nadie aterrizó donde debía y durante toda la noche no hicieron más que ir de un lado a otro y reagruparse. El capítulo de Hermanos de Sangre del Día D refleja muy bien lo que pasó allí 8)

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Mensajepor Mistycball » 05/May/2006 21:24

Que weno. :wink:

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Mensajepor aalbea » 05/May/2006 23:32

Arendal escribió:Por el momento muy bien escrito… y con algunos pasajes bastante interesantes. El “problema” es haberme encontrado con alguno “fusilado” del salto de la Easy Company en Hermanos de Sangre… y ya no sé qué pensar, porque no sé si los demás están inspirados en otras series o películas.

Pero aparte de eso, por el momento está bastante majo, ¡enhorabuena! :wink:


Seguramente Spilberg (o algo así) fué el que fusiló el salto del joven literato.

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Mensajepor Staf » 05/May/2006 23:39

Su familia está rota... :cry:
PD: (la de Spielberg o quien sea, no vaya a ser que malinterpretemos...)


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