Finales de junio de 1940. Amanece un día fresco y claro. Desde el Arco del Triunfo, pasando por la Avda. Kleber, continuando por la pza. del Trocadero, atravesando luego el Sena y llegando a la Torre Eiffel, la población parisina se desayuna con un lejano ruido y unos brioches calientes. Otros, desde la ocupación alemana, sustituyen los bollos por un Pernod. Por aquello de reir ante las penas (que sólo unos bravos españoles, cuatro años más tarde, empezarán a despejar).
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Una ágil Storch revolotea antes de posarse en el Campo de Marte, frente a la torre.
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El asfalfo empieza a vibrar y una marea de acero se acerca desde la torre´
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La División Fantasma, sin parar, atraviesa el Campo de Marte como un bloque de acero.
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Y allí, rodeado por sus hombres, un joven general Rommel, aún no tostado por el sol del desierto, piensa en los héroes de la primera guerra mundial que no podrán disfrutar de este momento de gloria, tan pasajera siempre.
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Tras la rápida correría parisina, la División Fantasma se desvanece entre el sol del nuevo día, allá donde los héroes tienen su morada.
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